- Autores:
María José Vázquez de Francisco, Pedro Caldentey del Pozo, José Juan Romero Rodríguez
Publicación:
Full Academic Paper. HDCA Conference.
Año: 2013
Resumen
Con el inicio de la crisis, las evaluaciones de impacto parecen haberse extendido, principalmente como mecanismo para la rendición de cuentas a stakeholders de los programas, en el marco de la eficacia de la ayuda, aunque también para otros propósitos, como testar innovaciones para reproducir acciones, probar la utilidad de éstas en contextos complejos o arriesgados, rendir cuentas “hacia abajo” (hacia los beneficiarios de las acciones) y contribuir al aprendizaje.
La propia definición del término impacto plantea ya problemas, no sólo de concepto, sino también de los tiempos que se manejan. No es esta cuestión [el cuándo] baladí, pues de la determinación del plazo en el que se estén estudiando los efectos dependerá en buena medida la validez de las metodologías elegidas [el cómo] para la evaluación de impacto.
Otra de las cuestiones clave es qué se pretende medir [el qué] con una evaluación de impacto. Si de lo que se habla es de medir el efecto que provoca una acción de desarrollo, lo primero será determinar el paradigma de desarrollo que se está utilizando. Desde los años 90 parece claro que el paradigma generalmente aceptado por las organizaciones de desarrollo es el de la Teoría del Desarrollo Humano y su enfoque de capacidades. Después, ya en los primeros años de este siglo, el paradigma se amplía con la definición concreta de capacidades centrales y de pobreza multidimensional. Todos estos paradigmas basan su fundamentación en espectros del ser humano cuya evolución y cambio necesitan años para ponerse de manifiesto. Por otra parte, esa evolución no sólo depende de las concretas acciones de desarrollo que unas cuantas organizaciones intentan llevar a cabo en los países empobrecidos. Se trata de procesos complejos, con dinámicas propias y afectadas por un sinfín de variables endógenas y exógenas.
Pretender utilizar metodologías de medición de impactos (muy a menudo poco respetuosas con las dinámicas y tiempos de adaptación a los cambios de las comunidades con las que trabajan las instituciones cooperantes) para evaluar procesos, amerita una reflexión sobre la conveniencia, adaptabilidad y validez, incluso la ética, para medir lo que de verdad se quiere medir.
El modelo de cooperación universitaria de ETEA, inserto en el paradigma universitario de la Compañía de Jesús – el llamado paradigma Ledesma-Kolvenbach-, basado en los pilares de utilidad, justicia, humanidad y fe, constituye una aportación a los modelos de ayuda alineados con el desarrollo humano. La evaluación de 25 años de cooperación universitaria de ETEA con la UCA de Nicaragua (1987-2012) podría servir para revisar las implicaciones y los condicionantes de las metodologías de evaluación de impacto y para analizar su capacidad de medir sus efectos en los procesos de desarrollo.